El viernes pasado asistí a una de las charlas más entretenidas del año (Casos clínicos, presentados por el Dr. Hugo Catalano). Considero al Dr. Catalano como a uno de los referentes en Clínica Médica en este bendito país, pero más allá de todo lo bueno que puedo decir de este profesional deseo destacar el mensaje final de su presentación: “Los médicos clínicos aún somos útiles”.
La especialización y la super especialización (Diabetólogos, Hipertensiólogos, Cardiometabolismólogos) solo han conseguido que tenga auge una especie de “Medicina Enchufada a 220”. Para que se entienda mejor, un especialista es un médico pedidor de pruebas, esas pruebas son caras, de alta tecnología, difíciles de interpretar y por lo general realizadas mediante el uso de algún aparato o dispositivo que requiere energía eléctrica a 220 voltios.
El Profesor Catalano ha reivindicado a los Médicos Clínicos y a sus mejores armas para diagnosticar: escuchar, mirar, sentir y palpar.
Pienso en aquellas especialidades mucho mejor pagadas que el clínico y que tienen un contacto mínimo con pacientes (Diagnóstico por Imagenes, Anestesiología y Anatomia Patológica).
Pero no debemos emprender un lucha contra los especialistas, en realidad la crítica va dirigida hacia los propios clínicos que no ocupamos el lugar que nos corresponde. Con solo escuchar a un residente avanzado presentar un paciente, uno puede tener idea acabada de lo que digo, sin mediar más datos que la edad o el género, relatan al detalles los estudios complementarios del paciente.
En estos pocos años de médico clínico he aprendido más escuchando, mirando a los ojos y tocando a los pacientes que en reuniones con los especialistas. Viene al caso, y para ir redondeando esta entrada el siguiente párrafo:
En una oportunidad, una viejita (el diminutivo es cariñoso) me pidió que le tomara el pulso. Miré el cardioscopio, y sin acceder a su pedido, le dije: “Tranquila, abuela, tiene 80, está muy bien”. Pero me seguía pidiendo que le tomara el pulso, y ante su insistencia le pregunté por qué, ya que la máquina era muy confiable. Ella me contestó: “Es que aquí nadie me toca”. La palpábamos pero no la tocábamos. Razón tenia Benjamín cuando dijo: “ En los hospitales hay gente que se muere con hambre de piel”. En nosotros está saciarla (Maglio. 2008)