"No siempre un bandido se esconde detrás de un antifaz". Blog dedicado a las fuentes de información médica - hugotula@gmail.com

24/6/10

Decisiones al final de la vida

Hoy, mientras revisaba algún material de lectura, encontré un trabajo que fue presentado en el V Congreso Mundial de Bioética – Gijón – 2007, se titula “Decisiones la final de la vida”, de el tomé el texto introductorio:


La muerte, es la quintaesencia de la condición humana, es decir, del conjunto de condiciones fácticas bajo las que nos es dado vivir. La mortalidad es uno de los modos de ser de la existencia humana y ya los griegos hablaban de “nosotros, los mortales”. La tesis de Schopenhauer rememora a Platón y dice que sin la muerte, el hombre nunca hubiera empezado a filosofar. La muerte no es un jeroglífico resoluble por la mente humana, sino más bien un límite del pensamiento, aquello que no puede pensarse ni comprenderse porque es lo que acaba con nuestro pensamiento y nuestra capacidad de comprensión. Que la propia muerte nos resulta inconcebible es quizás la única consecuencia válida de la tesis de Epicuro, “La muerte es algo que no nos afecta, porque mientras vivimos no hay muerte; y cuando la muerte está ahí, no estamos nosotros”. La incompresibilidad de la muerte se mantiene aunque se sostenga la inmortalidad del alma, y aunque la muerte sea el paso para la vida eterna, no permite comprenderla cabalmente.

La muerte es el proceso biológico de destrucción del organismo que el hombre esencialmente es, pero también es un hecho que pone fin a la propia biografía y es un hecho sociocultural, pues la muerte de los individuos acontece en el seno de una sociedad. Toda sociedad debe encarar la muerte de sus miembros.”

Para hacer un poco más ameno esta entrada pongo a consideración de Uds un cortometraje que nos debe hacer reflexionar sobre este tema y sobre el encarnizamiento terapéutico o para decirlo de otra manera, poner nuestra “profesionalidad” por sobre los deseos del paciente.


2 comentarios:

  1. Me hice médico por muchas razones ahora que lo pienso y esas razones, ahora que las pienso, deben haber nacido conmigo. De pronto, me encuentro leyendo esta reflexión sobre la muerte y se me ocurre temer que estas razones que me han hecho ser médico no se mueran conmigo, sino que empiecen a morirse antes que yo porque me sumerjo de tanto en tanto en este razonamiento helicoidal sobre el fin la vida, remolino intelectual que inexorablemente conduce al principio y despierta en muchos casos la obsesión, el miedo y la angustia que se agrandan alrededor de un hecho (gracias Epicuro) que desde nuestros parámetros sensoriales al menos, no nos tendrá como protagonistas porque en el momento en que se detenga la ‘máquina biológica’, cesará, si el diseño es coherente, la alimentación de estímulos que dan origen al estado de conciencia.
    Discutir el alma y su autonomía ya es otro precio y este no es el momento ni el lugar para emprender semejante debate porque el tema hoy es la muerte como algo fáctico y concreto, si se quiere, desde una visión meta-religiosa, pragmática y despojada en lo posible de su carga de negatividad.
    El tema es la muerte de los ideales, de los generadores de sentido, de las razones que sustentan la vocación de trascender y de los modos que encontramos a lo largo de nuestra historia para marcar la diferencia.
    El tema de hoy es la muerte de los talentos, esos talentos de la famosa parábola y dejando claro que esos talentos no deben ser considerados dones que un dios minúsculo y discrecional reparte al bulto como migas de pan al sacudir un mantel. Los talentos nacen, crecen y se desarrollan en cada ser humano que es capaz de descubrirlos y más aún, dentro de cada ser humano que tiene el resto de valor para soportar la posibilidad de triunfo porque convengamos que la derrota es sencilla para todos y no cuesta trabajo alguno, pero el triunfo (que no tiene nada que ver con el éxito) que no es nada más ni nada menos que llegar lo más cerca posible del límite, sin piel porque la piel ha sido el peaje que se ha pagado al esfuerzo.
    Ojalá que mis talentos, mis razones para haberme hecho médico y los motivos que me mantienen en pie aunque la tentación de dejarse caer sea más potente que la fuerza de la gravedad no se mueran antes que yo. No pretendo dejar legados, ni que rellenen la mi imagen distorsionada por el recuerdo con bronce o mármol. No pretendo irme navegando en las lágrimas de los que se quedan ni provocar en los que me despiden dolor alguno porque dentro de mí, muy dentro, estoy convencido de que no nos han creado para un paso fugaz por un mundo efímero en el que con suerte dejamos un par de huellas. Sé que somos trascendentes y que nuestra muerte no es el extremo sino un punto de inflexión mayor que nos va a proyectar al reino de la segunda oportunidad, en el que tal vez (esto no lo tengo tan claro), las razones que me hicieron ser médico sean menos fáciles de perder y más sencillas de explicar y contagiar.

    Que así sea

    Guillermo

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  2. Es bueno detenernos y reflexionar sobre la muerte pero quiero detenerme en nuestras vidas y ante todo en nosotros como personas y luego como médicos. Estoy convencida de que la única manera que podemos salvarnos espiritualmente es practicando tres cosas: la alegría en el trabajo y no ponernos en el rol de esclavos, el placer del conocimiento y el amor. Esto nos ayudará a escuchar a nuestros pacientes en todo el sentido de la palabra, disminuirá la población de megademandantes y les permitiremos y nos permitiremos recorrer este paso por la vida de la mejor manera posible y tal vez muchas veces nos encontremos frente a una persona que nos pregunte ¿cómo se siente? ¿cómo está? y no doctor quiero esto, quiero esto ..... para no se qué y por qué.

    Olivia

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